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El Depor empata con el Zaragoza y alarga la Liga

El País publica: No hay que darle más vueltas, ni hacerse falsas ilusiones: el Deportivo es un equipo históricamente abocado al sufrimiento y para conseguir esta Liga someterá antes a sus seguidores a un suplicio interminable. Ayer, por fin, todo parecía

Aguado se elevó sobre el cielo de A Coruña, metió la cabeza entre una maraña de jugadores que aguardaba un centro en la misma cocina del área y un silencio de velatorio se hizo en las sufridas gradas de Riazor. El título sigue muy cerca del equipo de Javier Irureta, pero, como siempre, habrá que esperar: robustecer el corazón y esperar otra semana más. La Liga mantiene el suspense porque, aunque no lo sepa ninguno de sus biógrafos, Alfred Hitchcock era hincha del Deportivo.

El Deportivo vivió su tarde más decisiva bajo las consecuencias del efecto gaseosa, muy típico en duelos tan cruciales como el de ayer. En situaciones de emergencia, muchos equipos suelen salir desbocados, echando espuma por la boca, para quedarse sin fuerza al cabo de un rato. Algo de eso le sucedió al Deportivo, avasallador en los primeros minutos, pero que fue diluyéndose con el paso del tiempo ante la tenaz resistencia del Zaragoza.

Apenas se había iniciado el partido y Riazor recibió buenas noticias: su equipo no estaba paralizado por la tensión, como en la infausta tarde de hace seis años que tanto se recuerda estos días en A Coruña. El Deportivo parecía como un depredador excitado por la proximidad de la presa. Durante un cuarto de hora, abrasó al Zaragoza con una presión muy adelantada y logró acorralarle en las inmediaciones de su área. Comandado por un excepcional Flavio, presente allá donde se cocía un lío, el Deportivo anunciaba su deseo de dejar las cosas claras desde el principio. Fue precisamente un cañonazo de Flavio el que propició la primera ocasión clara de los blanquiazules, pero Víctor llegó unas décimas de segundo tarde al rechace de Juanmi. Poco después, al propio Víctor le volvió a suceder lo mismo tras un centro de Djalminha desde la derecha.

Pero el estrepitoso alarde inicial de fuerza de la gaseosa fue remitiendo poco a poco. Aunque el Zaragoza, obligado a ganar si quería mantener sus remotas opciones al título, no lograba rebasar el medio del campo, resistía atrás con entereza todas las acometidas del Deportivo. Y, gracias a su consistencia, el equipo de Txetxu Rojo logró salir a flote del asedio y, pasado el momento inicial, pudo equilibrar el partido. Para lo que había en juego, el Zaragoza fue un equipo muy rácano, siempre pendiente del adversario e incapaz de disparar entre los tres palos en toda la primera parte. Pero como rival, el conjunto de Rojo presentó una dura oposición al líder. Tuvo aplomo y entereza para resistir el acoso inicial y arrojo para reaccionar en el momento en que el choque parecía perdido. En realidad, el Deportivo esperaba enfrentarse a un adversario español y se encontró a una especie de equipo italiano, muy difícil de digerir y que extrajo petróleo de sus escasas incursiones en el área local.

El Deportivo necesitaba alguna referencia a la que agarrarse para abrir un boquete en el muro rival. En esos casos, todo el mundo se acuerda de Djalminha, pero el brasileño lleva varias semanas a la deriva. Fue Fran el que tuvo que aparecer en el tramo final de la primera parte y levantar el ánimo de un equipo que empezaba a extraviarse peligrosamente. Pero el Zaragoza pareció cobrar alegría en el descanso, empezó a aventurarse con más decisión en el área local y, al poco de la reanudación, despertó todos los fantasmas que anidan en lo más recóndito de Riazor. Kouba no supo atrapar un duro remate de Garitano, Juanele transformó el rechace y la grada adquirió una palidez fúnebre.

En ese momento tan comprometido, el Deportivo estuvo a la altura. Este equipo tan deprimente en sus desplazamientos es capaz de sobreponerse en su estadio a cualquier situación envenenada. El gol del Zaragoza era uno de esos golpes anímicos que muchos no son capaces de encajar. Pero la respuesta del Deportivo fue fulminante. Apenas cuatro minutos después, Fran metió un centro primoroso al interior del área y allí Makaay ejecutó con la eficacia habitual.

A partir de entonces, todo resultó vertiginoso, confuso y hasta absurdo. Primero, el golazo de Djalminha, en el minuto 80, seguido de una chiquillada incomprensible: el brasileño se fue a la caseta por celebrar el gol a pecho descubierto cuando ya tenía una amonestación. Una mezcla de euforia y rabia se extendió por el estadio. Y, a falta de cuatro minutos, sin que el público supiera a qué carta quedarse, sobrevino el mazazo. El Zaragoza ya había necesitado muy poco para marcar primero y no le hizo falta mucho más para alcanzar el empate. Un despiste defensivo, un cabezazo en el área y una afición maldiciendo su condena histórica: como siempre, le toca sufrir hasta el final.

Verdugos en el 94, amigos en 2000

En el fútbol, la historia unas veces se repite y en otras ocasiones salta convertida en mil pedazos. Esto último es lo que está a punto de ocurrir en esta Liga loca que hasta el descalabro del Barça ante el Rayo parecía encaminada hacia un final similar al que tuvo la imborrable jornada final de mayo de 1994, punto inicial del síndrome de Djukic que ahora parece a punto de pasar al olvido. La casualidad hace que los verdugos que impidieron al Depor conquistar el título en aquella temporada se hayan convertido ahora en sus mejores aliados para darle la primera Liga de su historia.

Para empezar, el odiado Barcelona que acabó llevándose el título en la Liga de 1994 parece estar empeñado en esta ocasión en reparar aquella injusticia histórica. El equipo de Louis Van Gaal se ha empeñado en no alcanzar al Deportivo en la clasificación con sus continuos tropiezos.

El sábado tenía la ocasión pintiparada para resucitar todos los fantasmas de la fatídica noche del penalti de Djukic, pero su derrota ante el Rayo permitió a los coruñeses que empezasen ya a festejar el título antes del partido ante el Zaragoza.

El segundo en la lista de agravios era el Valencia, convidado de piedra en la última jornada del 94 que se convirtió en enemigo histórico del deportivismo por la parada de González a Djukic. Este año, los ches se han portado bien, deprimiendo al Barcelona en la Champions League y aplazando su reacción al tramo final de la Liga, cuando el Deportivo ya era casi inalcanzable.

Incluso los valencianistas tuvieron una ocasión de situarse a tiro de piedra de los coruñeses cuando visitaron Riazor hace algunas jornadas, pero tuvieron la gentileza de dejarse los tres puntos en uno de sus peores partidos de los últimos meses y no importunar al líder.

Pero si hay un enemigo histórico del Deportivo -rivalidades con el Celta aparte- ese es el Rayo Vallecano. El equipo que el pasado sábado puso la Liga en bandeja de plata para los coruñeses también tuvo su protagonismo en el 94, cuando le robó un punto en Riazor -el partido acabó con empate a cero- en la antepenúltima jornada que le hubiese permitido convertir el error de Djukic en una anécdota.

El gafe del equipo madrileño viene de mucho antes. A principios de los años 80, también con el técnico Arsenio Iglesias en el banquillo blanquiazul, el Rayo Vallecano frustró un ascenso a Primera División en la última jornada de Liga con una victoria en Riazor cuando al Deportivo le bastaba con un empate para poner fin a una larga travesía del desierto que duraba más de una década en Segunda División.

El Rayo Vallecano era el último fantasma del pasado que quedaba por enterrar, pero ahora el Deportivo deberá luchar contra su propio miedo a ganar, como le ocurrió ayer en el partido ante el Zaragoza, que a cuatro minutos del final le impidió festejar, casi, el título de Liga

Djalminha: "Me da igual que me echen la culpa"

Nadie podrá cambiarlo jamás y la afición seguirá dividiendo sus sentimientos hacia Djalminha entre el amor más desenfrenado y el odio visceral. Porque así es el brasileño, que nunca se conforma con un único papel. Lo suyo es pasar de héroe a villano en apenas unos segundos, y esa tendencia alcanzó ayer su grado máximo, en un partido de la más alta tensión.

A falta de diez minutos, Djalminha, bastante discreto hasta entonces, se erigió en el gran héroe del choque. Un gran remate, raso y ajustado al poste, proporcionaba al Deportivo el segundo gol y lo colocaba a sólo un palmo del título. La alegría se desbocó en las gradas de Riazor y también sobre el césped. Y Djalma se dejó llevar, peligrosamente, por la lógica euforia: se quitó la camiseta y quedó con el torso al aire. El problema era que ya tenía una tarjeta amarilla y no dejó más opción al árbitro que mostrarle la segunda y expulsarle. Iturralde, cuando se dirigía hacía él con la tarjeta en la mano, hizo un gesto elocuente, abriendo los brazos como queriendo decir: "Yo no tengo la culpa". Y no la tenía, más que nada porque el reglamento no engaña. Djalminha ya había visto una amarilla anteriormente, que por cierto, le provocaba suspensión al ser la quinta.

Pero con ser importante su ausencia en el próximo partido ante el Racing, peor fue que dejó a su equipo, a falta de diez minutos, en inferioridad numérica. Al término del partido Irureta anunció que tomaría medidas muy serias contra el brasileño. "Se sacan algunas consecuencias muy duras del partido" declaró Irureta. Y Djalminha respondió: "Me da igual que me echen la culpa", dijo el brasileño. "Ya lo han hecho otras veces", añadió. Incluso le restó importancia: "A lo mejor me iban a sustituir al minuto siguiente". Y se justificó: "Era un momento de gran alegría. Hasta le había dicho al árbitro que iba a marcar un gol, y lo hice".

Irureta: "Estamos más cerca que hace una semana"

El postrero gol de Aguado en Riazor hace prever que la última jornada del campeonato volverá a ser decisiva. Sólo una derrota del Barcelona en Anoeta, acompañada de al menos un empate del Deportivo en Santander el próximo domingo, permitiría a los coruñeses cantar el alirón sin esperar a la jornada final. Una victoria del Deportivo ayer habría puesto las cosas mucho más fáciles para decidir el título sin esperar al temido último choque, pero el empate deja abiertas todas las posibilidades y ensancha de nuevo el abanico de los candidatos. Incluso el Alavés y el Valencia aún podrían soñar con el campeonato si se produjese una rocambolesca combinación de resultados en las dos jornadas finales.

El ambiente que se vivió ayer en Riazor sirvió de anticipo de lo que puede ser un Deportivo-Espanyol, dentro de quince días, con el título en juego. Los alrededores del estadio eran un hervidero de gente desde dos horas antes del inicio del partido. La derrota del Barcelona ante el Rayo permitió rebajar la tensión inicial entre los aficionados locales, aunque, por si acaso, las áreas de Riazor aparecieron sembradas de ajos, lanzados como proyectiles desde la grada, para ahuyentar el mal fario.

Durante el desarrollo del juego, Riazor -abarrotado con 35.000 espectadores por primera vez en esta temporada- volvió a parecerse en algunos momentos a la caldera de nervios de la fatídica noche del penalti de Djukic, en mayo de 1994. La tensión tocó techo con el gol del Zaragoza en los primeros minutos del segundo tiempo, pero el corazón de la hinchada blanquiazul volvió a respirar con los goles de Makaay y Djalminha. El Depor era casi campeón. Pero el nuevo tanto del Zaragoza volvió a dejarlo todo pendiente para las dos últimas jornadas.

Al entrenador del Deportivo, Javier Irureta, no parece importunarle demasiado la posibilidad de que el título acabe decidiéndose en Riazor. "Estamos más cerca que hace una semana. Hoy - por ayer- era el día para haber sentenciado pero ahora tendremos que intentarlo en Santander. Cuatro puntos en las dos jornadas son suficientes", explicó el técnico vasco. Irureta insistió en la validez de su teoría de que ganando los partidos de casa el Deportivo sería campeón. "Hoy hemos fallado, pero si hubiésemos podido ganar ya casi lo seríamos matemáticamente", añadió el preparador, quien insistió en que, a pesar del empate, el Deportivo sigue líder y con un punto más de ventaja que antes de disputarse esta jornada. El entrenador blanquiazul se mostró muy satisfecho por el comportamiento de los jugadores -con excepción de Djalminha, para el que anunció medidas "muy duras" por su expulsión- y tuvo también buenas palabras para la afición que, según él, estuvo "impresionante".

La emoción del partido no impidió que el presidente del Deportivo, Augusto César Lendoiro, tuviese un toque de humor al abandonar el palco. Lendoiro señaló: "Parece que queremos darle morbo a la Liga y dejarlo todo para el último partido". El dirigente del club gallego se refugió en el pragmatismo y calificó el resultado de su equipo de "semipositivo", ya que al menos le permite tener un punto más de ventaja sobre el Barcelona.

Curiosamente, el más convencido de que el Deportivo va a ser campeón es el entrenador del Zaragoza, Txetxu Rojo, incluso a pesar de que su equipo aún opciones muy remotas. "Sigo pensando que el Depor es favorito y va a ganar la Liga. Ha estado mucho tiempo ahí y se merece ganarla". Rojo explicó que el partido tuvo muchas alternativas y que cualquiera de los dos equipos pudo alzarse con el triunfo. "Hemos demostrado que estamos haciendo méritos para estar en la Liga de Campeones", concluyó el preparador vasco, que posiblemente abandone el Zaragoza a final de temporada para fichar por el Athletic de Bilbao.